Probablemente la más precisa definición de todo lo que representa en Ecuador Barcelona Sporting Club salió del corazón amarillo de Galo Roggiero Rolando (1935-2013), uno de los directivos canarios más emblemáticos de la historia torera. Además, la frase se transformó en clásica. Con apenas cuatro palabras, con simpleza y rotunda sabiduría, el guayaquileño describió así a este innegable fenómeno social: “es una emoción popular”.

Barcelona SC festeja este miércoles 1 de mayo un aniversario especial, el de la antesala de su primer centenario. La entidad nacida en el Astillero, en 1925, cumple este día 99 años. En el primer cuarto de siglo pasado el barcelonismo vio la luz, sin saber sus fundadores que el destino del entonces modesto club de Guayaquil sería convertirse, por la vía del fútbol, en un ídolo nacional.

Hace casi una centuria Barcelona SC apareció para, cuando era muy joven, empezar a escribir una historia plagada de capítulos épicos. Las canchas nacionales e internacionales recuerdan partidos y triunfos memorables que hicieron estremecer a su afición (y a veces hasta los que no lo son). También son inolvidables los muchos goles que se gritaron con el alma y de ellos presumen, orgullosos, millones de canarios. El mundo barcelonista se siente cobijado por un firmamento amarillo de estrellas formidables y momentos gloriosos.

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Ídolo, desde 1949

Pero en este 2024 no solo arriba Barcelona SC a los 99 años, sino también a los 75 de la expedición del certificado intangible que lo confirmó como ídolo de Ecuador. Después de una contienda desigual, una tipo David contra Goliat protagonizada el 31 de agosto de 1949, un equipo de solo jugadores nacionales, sin poder económico, sin más bienes que una humilde sede, y todavía de historia austera, sometió a la entonces mejor escuadra del planeta: Millonarios de Colombia. Esa gesta de Barcelona SC causó una revolución afectiva que se extendió por todos los rincones del país.

Los afamados bogotanos, que trajeron al puerto a los descomunales cracks argentinos Adolfo Pedernera, Alfredo Di Stéfano y Néstor Rossi, fueron doblegados por 3-2. Desde Guayaquil, el asombro y la locura contagió al país. Y aunque por lesión Sigifredo Chuchuca no jugó el amistoso que dividió para siempre en dos la historia de Barcelona SC, la aguerrida influencia del ariete ya formaba parte del ADN canario.

La garra del mítico Cholo enamoró al pueblo barcelonista, y a los que aún no eran hinchas los transformó en incondicionales del club del Astillero porque el ariete, llegado desde El Oro, siguió dando batalla hasta el final de la década de 1950. La bravura mostrada ante Millonarios y esa victoria edificaron la popularidad del club que camina desde este día rumbo a los 100 años.

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El forjador

Ricardo Chacón García (+), periodista de EL UNIVERSO, retrató así a Sigifredo Chuchuca, el más representativo de los forjadores de la idolatría barcelonista: “Un nombre que fue símbolo de gloria; un nombre criollo, bandera de una institución deportiva, del inigualado Barcelona. Porque antes de gritar Barcelona se gritó ¡Chuchuca! Cholo hecho de mangle y picardía, de audacia y oportunismo. Sus goles se cuentan por decenas, los aplausos por millones. La gente iba a ver a Sigifredo Chuchuca, luego fue a ver a Barcelona. Si en esos momentos el fanatismo hubiera pedido un pedestal para un delantero de los ídolos, nadie hubiera negado un óbolo. Fue un grande en una época de grandes”.

Próximo al primer siglo de existencia, seguramente en este día de sesiones solemnes y otros agasajo por los 99 años, no habrá manera de que a los barcelonistas eviten que se les erice la piel al recordar cuando gritaron un gol de Chuchuca, o cuando los asombró un disparo con chanfle de Washington Muñoz, o que los deleitó el talento de Clímaco Cañarte, los emocionó la valentía de Luciano Macías y Vicente Lecaro, la clase inigualable de Alberto Spencer, o que el gol ante Estudiantes del padre Juan Manuel Basurko -héroe mayor de la hazaña de La Plata- los hizo ser parte de un delirio colectivo en Ecuador, como describió EL UNIVERSO en 1971 al ambiente causado por esa victoria en la Copa Libertadores.

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Los que se maravillaron con la genialidad de Víctor Ephanor, los que aún no se explican de dónde salió Hólger Quiñónez para desarmar a un rival, los que se abrazaron porque Carlos Luis Morales atajó un penal ante River Plate, en la Libertadores de 1990; los que aplaudieron porque Carlos Muñoz frenó en seco e hizo pasar de largo a los que lo perseguían, los que quedaron boquiabiertos con un pase mágico de Marcelo Trobbiani, los que se intimidaron por los salvajes zapatazos de Jimmy Izquierdo, los disfrutaron ver a Manuel Uquillas en calidad de verdugo-goleador en el Clásico del Astillero, y también los que saltaron felices de sus asientos al ver un tiro libre magistralmente cobrado por el Poeta Rubén Darío Insúa, saben que, efectivamente, Galo Roggiero tenía razón: “Barcelona es una emoción popular”. (D)