El vacío de liderazgo político en Quito se ha puesto en evidencia con el inusitado número de candidatos y precandidatos a la Alcaldía de la ciudad. Se mueven, según las fuentes, entre 12 y 17. Muchas de ellas, como sostiene Fernando Carrión, son candidaturas de 2 o 3%. La oferta tiene de todo: desde un exalcalde que quiere presentarse como el salvador de la ciudad gracias a su experiencia pasada; jóvenes políticos que intentan incursionar en el ámbito local; activistas sociales que buscan hacer un salto a la política; políticos experimentados pero poco exitosos en sus carreras previas; hasta personajes desconocidos, algunos oportunistas, asaltados por sus delirios políticos. Pues toda esta larga y variada lista de personajes solo confirma la ausencia de organizaciones políticas fuertes en Quito –se han registrado 49 en el cantón–, la dispersión y fragmentación del liderazgo, y los dilemas de gestión y gobierno que se ciernen sobre la capital.

La situación actual de Quito es el resultado del proceso político abierto por la Revolución Ciudadana. Si lo podemos sintetizar, diríamos que tiene dos momentos cruciales: el colapso del sistema de partidos –configurado desde fines de la década del 80 alrededor de la DP y la ID– provocado por el ascenso vertiginoso de Alianza PAIS gracias al triunfo de Augusto Barrera en la elección del 2009. Cuando todos creíamos que Alianza PAIS dominaría por un largo tiempo la política local, como movimiento mayoritario que ya era para entonces también a nivel nacional, ocurrió el segundo momento: su amplia derrota en las elecciones del 2014 por una alianza de fuerzas –SUMA/VIVE– con poca trayectoria y experiencia política. La victoria de Mauricio Rodas supuso el colapso prematuro de Alianza PAIS como movimiento en Quito. Pero las dificultades experimentadas por el nuevo alcalde frustraron el relevo político que debió cumplir en la ciudad. Rodas perdió la gran oportunidad de convertirse en la figura política de la capital por mucho tiempo. Puede atribuirse sus dificultades, pero solo en parte, a la oposición que tuvo del gobierno central, comandado todavía por Correa, y al bloqueo de los concejales de Alianza PAIS que nunca le perdonaron haberlos derrotado de la forma humillante como lo hizo.

En resumen, Quito vivió la derrota prematura del proyecto de Alianza PAIS y a la vez la dificultad de relevarlo con una opción política posrevolucionaria duradera con Rodas. El vacío provocado por ese doble proceso es profundo: ausencia de organizaciones políticas fuertes, problemas con el modelo de gestión y un gobierno local que dejó de interactuar con las demandas de la sociedad. La campaña que se abrirá en poco tiempo es crucial para la ciudad: puede servir o bien para ahondar la fragmentación y la ausencia de horizontes, o para abrir un debate renovado, imaginativo, capaz de generar consensos relativamente amplios de los cambios que requiere urgentemente la ciudad, sin volver la mirada con nostalgia al pasado para tratar de encontrar allí las respuestas. Necesitamos un momento posrevolucionario fuerte, radical, no el tímido y a la final fallido viraje ofrecido por Rodas en un contexto político que le era ciertamente adverso. Como Moreno para el Ecuador, quizá a Rodas hay que verlo como un alcalde de transición. ¿Hacia qué? (O)