Mauricio Rodas ha sorprendido a todos con su anuncio de un plan de reformas institucionales al municipio de Quito a partir de enero del 2019. Ha ido incluso más allá al asegurar que el cambio se inició en el 2018 y que ahora se reforzará con la reducción de secretarías, direcciones y la eliminación de algunas de las once empresas municipales. Todo apunta –ha dicho– a reemplazar el “inoperante, gordo, pesado (y) lento” modelo actual, por uno más eficiente, con menor carga salarial y menos puestos administrativos.

Rodas sorprende por el destiempo de su propuesta, pero a la vez por el pobrísimo debate en torno a la supuesta reforma. Como ya han señalado varios analistas y candidatos a la alcaldía de Quito, resulta extraño, por decir lo menos, que anuncie semejante reforma cuando entramos en una campaña electoral para designar en marzo al nuevo alcalde. A la vez, nadie puede entender por qué llegan tan tarde todos estos cambios si el modelo funcionaba tan mal. Y finalmente, una reforma tan importante debería tener como sustento un buen documento con un diagnóstico preciso, unos objetivos y una estrategia clara. Rodas simplemente sale y dice que hay un documento técnico que respalda la reforma. Pues bien, que lo muestre, que lo ponga a circular y a discutir para evitar que aparezca como una gran improvisación y una nueva ligereza de su parte.

Rodas ha mostrado en estos últimos meses de su gestión un estilo grandilocuente de anuncios y publicidad, que revela un mal bastante generalizado entre los políticos ecuatorianos: una suerte de esquizofrenia entre lo hecho y lo percibido, entre la imagen de sí mismos y su proyección hacia la opinión pública. Cuando anunció el plan de reformas declaró que será “uno de los legados más importantes” de su administración al próximo alcalde. Rodas siempre presenta como excepcionales y extraordinarias las obras realizadas durante su administración. Si son tan extraordinarias sus obras, ¿por qué sus números son tan malos frente a la opinión pública? En ese abismo de lenguajes y percepciones, la posibilidad de diálogo y deliberación simplemente se pierden. No es un mal solo de Rodas, afecta a todos los políticos en ejercicio y a los aspirantes a políticos. Basta ver la cantidad de candidatos improvisados a la alcaldía de Quito para constatarlo.

Un modelo de gestión tiene que ser pensado en función de ciertos principios y postulados generales y en relación con una propuesta y visión de la ciudad. Cualquier cambio que haga Rodas será puesto en funcionamiento por el nuevo alcalde, quien llegará con su plan de trabajo y sus objetivos. El riesgo que se corre es el de una reforma a la que le siga otra reforma. ¡Absurdo! Hay que agradecer la buena intención del alcalde de un legado institucional trascendente, pero ese legado no se construye en tres meses, en plena campaña electoral, y cuando se han agotado sus legitimidades. Rodas puede contribuir al debate electoral de un tema indispensable para el futuro de Quito, como son el modelo de gestión y de gobierno, que, por confesión propia, dañó su gestión, pero no presentarse como héroe a destiempo. (O)