El domingo 23 de junio del año en curso, alrededor de las 10:30 comenzó mi martirio al recibir una llamada telefónica de una empleada que trabaja en una empresa de cobranzas, indicando que debía pagar las cuotas vencidas que mantenía con un almacén del centro comercial El Dorado, por la compra de un televisor por un valor de casi $ 3000 adquirido en el mes de abril.

Esto me sorprendió y le dije que estaba equivocada, que en ningún momento yo había solicitado un crédito, a lo que ella solo respondió que “debía pagar”.

Desesperados mi esposo y yo acudimos al almacén para averiguar a fondo qué pasaba; contamos lo sucedido al jefe del almacén quien me preguntó el número de cédula para revisar, y ahí aparecía mi foto. No podía creer que esto me estaba pasando, había la dirección de domicilio donde vivo más de 15 años; un lugar de trabajo como “dependiente” cuando yo tengo mi propio negocio desde hace años con RUC y facturación; en fin, un montón de mentiras que al parecer nunca fueron verificadas.

Me sentí ultrajada, que mi vida ha sido violada por personas sin escrúpulos.

Le pregunté al jefe cómo dieron un crédito sin tener la cédula original, ya que mi cédula la tengo desde el 2009 en mis manos, ¿y no vieron la cara de la persona?, me imagino que no, porque no tenían el documento original, ¿o sería una copia?, no lo sé porque aún estoy a la espera de que los papeles de soporte de este crédito solicitados por la Fiscalía sean enviados por cierto banco desde Quito, ya que ellos compraron la “cartera de crédito” del almacén.

Mientras tanto, yo he sido ingresada por este banco al buró de crédito como morosa, lo que no me permite realizar ninguna operación crediticia debido a que mi nombre está manchado por un delito o estafa que no he cometido.

Las incansables llamadas de la empresa de cobranzas no cesan a pesar de que les he enviado por correo electrónico los documentos que mi abogado ingresó para dar trámite a esta situación.(O)

Cecil Karin Sánchez Escalante,

Guayaquil