Cada 27 horas ocurre un femicidio en Ecuador, es decir, cuando le arrebatan la vida a una mujer, sea esta madre, hija, tía, prima, sobrina, abuela o vecina. Solo por el hecho de ser mujer.

Este dato lo registra la Asociación Latinoamericana para el Desarrollo Alternativo (Aldea), que ya suma 30 casos desde enero al 14 de febrero de 2024. Y el año anterior 323.

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La Fiscalía General del Estado (FGE) lleva estos registros como noticias del delito del femicidio y en este año son 19 y el anterior fueron 105. Además, los sábados de 18:00 a 23:59 y los domingos de 00:00 a 05:59 es cuando más se ejecuta este delito, tipificado desde el 10 de agosto de 2014 en el artículo 141 del Código Orgánico Integral Penal (COIP).

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Quien lo realiza, en su mayoría son las parejas, definidas como femicidas, de acuerdo a psicólogas consultadas por este Diario. Estas personas también suelen ser exconvientes, parientes, amigos o conocidos.

¿Cuál es su perfil?

Los femicidas vienen de familias violentas, de un ambiente lleno de carencias y sienten que tienen el poder, dice Alexandra Bueno, psicóloga clínica en Cepam Guayaquil.

“Este femicida procede de familias donde se ha naturalizado los actos de violencia y en donde no ha habido una salida efectiva a esos acontecimientos que quizás vivió como niño. Luego, ya entrando a la adolescencia, se ven conductas de riesgo como el inicio del consumo de alcohol o de otras sustancias ilícitas”, explica Bueno.

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Pero, recalca que no todos terminan así. Hay quienes ventajosamente cambian su realidad por no querer repetir lo que vivieron. “Y cuando no hay oportunidad de terapia psicológica, terminan ejerciendo esa violencia porque lo han naturalizado”, sostiene Bueno.

Con esto concuerda Daniela Ziritt, directora clínica del Centro Oasis, donde brinda atención psicológica, quien señala que estas personas muy difícilmente saben manejar su ira y su comportamiento es evidente sobre todo en el discurso.

“Es un sistema de creencias muy arraigado en los valores tradicionales y que no han ido cambiando. La dificultad es que no siempre estas características se presentan o son muy evidentes”, cuenta Ziritt.

Ella ejemplifica algunos escenarios. Cuando el hombre le restringe a la mujer que salga de la casa aduciendo que es por cuidado o que los ingresos económicos se los maneje explicando que es para el futuro. “Te dicen ‘te quiero cuidar’, ‘tengo miedo que te pase algo’, ‘prefiero que estés en la casa’, son algunas de las señales, pero el femicida también puede estar oculto porque socialmente todo esto es aceptado y es muy difícil que otra persona pueda ver ahí un tipo de violencia”, indica Ziritt.

Y a estos se los conoce como hombres pasivos agresivos menciona Bueno. “Aparentemente nos dan una idea de que son tranquilos, incluso cooperan con la pareja y todo, pero ejercen una violencia tan sutil, que puede ir escalando en el tiempo y que puede convertirse o terminar en un femicidio”, dice Bueno y añade que estos hombres pasivos agresivos inician con un control psicológico.

“Y es cuando las personas luego comentan y dicen “pero era un buen hombre”, sin embargo, no conocían lo que pasaba puertas adentro, lo que vivía la víctima”, apunta Bueno.

Caso de femicidio: la migrante Valeria Vargas llegaba de España luego de 6 años sin ver a su familia cuando fue asesinada por hombres que contrató su esposo. Foto referencial.

La psicóloga indica que también están aquellos hombres que se muestran violencios desde el inicio, no pueden esconder ese enojo. “Ellos tienen del control, que la mujer debe ser sumisa con ellos o utilizan a sus hijos para ponerlos en contra de la madre cuando la relación está por terminar. No hay un desarrollo emocional adecuado”, expresa Bueno.

Y de acuerdo con Ziritt, el mayor problema es cuando se cede a esa violencia, cuando se piensa que es normal ese ambiente. “Yo trabajo mucho con jóvenes y les digo que es importante leer noticias, saber cómo piensan lo demás, a qué se pueden exponer y eso nos ayuda justamente a flexibilizar este pensamiento”, agrega Ziritt.

En tanto, Johanna Intriago, psicóloga y perito acreditada por el Consejo de la Judicatura, considera que no hay un patrón de conducta particular. Sostiene que cada caso es distinto.

“Si bien no existe un perfil personológico particular, la detección de estos rasgos se hace presente en la dinámica de la relación del agresor y su víctima. Es importantísimo conocer el ciclo de la violencia y ser conscientes que se trata de un espiral, en donde se empieza con manifestaciones de violencia extremadamente sutiles, casi imperceptibles, las cuales van escalando, haciéndose más frecuentes y más intensos”, opina.

Signos de alarma:

  • Los celos que se traducen a las inseguridades con respecto a la traición de una pareja.
  • La posesividad, cuando se considera que la pareja le pertenece al otro.
  • Impulsividad, esta dificultad para regular las emociones.
  • Tendencia a la manipulación para hacer sentir al otro responsable de sus actos mediante la culpabilización.
  • Ideas constantes de cambiar a su pareja sobre cómo debe vestirse, con quién puede relacionarse, etc.
  • Falta de empatía para ser conscientes del dolor o sufrimiento experimentado por el otro.

“Estas características se dan en distintos niveles y pueden también presentar agravantes como el consumo de alcohol y drogas, pertenencia a bandas delictivas, la diferencia de edad entre los miembros de la pareja, entre otros”, asegura Intriago.

¿Una persona violenta puede cambiar?

Para Bueno es posible un cambio, pero afirma que es indispensable que siempre se coloque la denuncia. “Ya está siendo observado por la ley, por las instancias de justicia, entonces hay más presión para un cambio real. Porque cuando se trata de terapias, siguen ejerciendo ese control sobre la víctima, incluso buscan aliarse al psicólogo y más aún si este desconoce la visión de género y puede incurrir en un error”, expresa Bueno.

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Mientras que para Intriago cuando no hay empatía, es difícil que el agresor quiera cambiar: “ese es su modo de relacionarse con sus parejas”.

Y Ziritt coincide y asevera que es complicado que, por voluntad, busquen ayuda psicológica. “En terapias familiares se ha evitado o interrumpido el maltrato hacia la madre o hijos porque ambos (hombre y mujer) han tenido una apertura en la asistencia psicológica”, sostiene Ziritt. (I)

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