Antonio Sacoto tiene 91 años y ha publicado su último libro La novela ecuatoriana desde los orígenes al presente, con la Casa de la Cultura, sede de Cañar, su tierra de origen. Con una larga trayectoria como docente en los Estados Unidos, jubilado hace varios años, Sacoto no deja de publicar reiteradamente libros sobre su pasión por la novela ecuatoriana. Aunque ha abordado varios temas en su trayectoria como investigador, desde el ensayo al cuento, la novela ecuatoriana es el eje fundamental de su trabajo. En la presentación del libro, emblemáticamente realizada en un auditorio de la Cancillería ecuatoriana, acompañado por los escritores Francisco Proaño Arandi y Emilio Izquierdo que comentaron su trayectoria y su libro, Sacoto no dejó de aprovechar para insistir en una crítica sobre la escasa difusión que tiene la novela ecuatoriana. De paso también mencionó, como si le doliera personalmente, que críticos como Emir Rodríguez Monegal o Zum Felde hayan pasado muy por encima por la novela ecuatoriana en sus balances críticos o que, incluso, hayan tergiversado personajes y asuntos. Quizá lo que más le dolía fuera que Carlos Fuentes, a pesar de haber vivido en Quito cuando el padre del novelista mexicano fue embajador de su país, no se acercara a ninguna novela ecuatoriana en sus ensayos, específicamente en su volumen último, La gran novela latinoamericana.

Y si no leo, ¿qué?

De una humildad ejemplar de maestro entregado a su disciplina, en cierto momento de la presentación dijo algo que no puedo evitar citar literalmente: “Los genios descubren cosas de golpe –dijo–. Yo soy un hombre sencillo y me cuesta mucho hacer descubrimientos”. Pensé de inmediato en la fatiga sobre la novela que suele darle a escritores y críticos cuando superan cierta edad, y veía a Sacoto, a sus noventa años, entusiasmado por el género y publicando libro nuevo, y hasta prometiendo uno próximo. ¿Qué defiende Sacoto? No tiene una teoría, no tiene una ideología que recurra a la novela para corroborar ninguna militancia o para camuflar sus intereses o necesidades, algo demasiado habitual con el discurso literario. Hay un gusto muy especial del crítico por las producciones de su país. En este último libro recorre casi setenta novelas de autores a los que les da un breve comentario sobre una de sus novelas, salvo de quienes aborda dos, como Icaza, Aguilera Malta, Alicia Yáñez y Eliécer Cárdenas. Su lista es enorme. Empieza con La emancipada de Miguel Riofrío, en el siglo XIX, y concluye en 2013 con La búsqueda de José Hidalgo Pallares. No faltan los clásicos de la tradición novelística moderna del Ecuador. Lo que llama la atención son las apariciones de novelistas y obras prácticamente inhallables que Sacoto decide sacar de la sombra y que no puedo menos que citarlos como El peso de la nube parda (1974) de Arturo Montesinos, El oscuro oleaje de los días (1991) de Renán Flores Jaramillo, Hernando de Soto, el Amadís de la Florida (1971) de Miguel Albornoz, Paccha, la emperatriz (2001) de Moisés Arteaga, El puma tras las rejas (1997) de Eduardo Carrión, Los gagones de Solanda (1999) de Manuel Vivanco o Libertad en jirones (1998) de Yolanda Reinoso. Y si no alcanzó a dedicarles una nota, al final del libro pone un listado extendido de muchas más novelas. Eché en falta, pero esto ya es costumbre en las revisiones de críticos ecuatorianos, la ausencia de esa gran novela que es Carta larga sin final (1978) de Lupe Rumazo, recientemente reeditada. Valga la coincidencia, escritora contemporánea por un año al crítico, y todavía campante como él. Estoy seguro de que Sacoto, imparable como siempre, ya se habrá lanzado a buscar esa y otras novelas de la autora.

Felicidad clandestina

Por supuesto, no hay síntesis sino expansión. Es como si Sacoto llamara la atención a los lectores y a críticos especializados para que se den cuenta del caudal de novelas publicadas en Ecuador. Probablemente, la gran mayoría de ellas no están logradas, y sin falta muchas son inhallables, incluso las de autores con mayor difusión. Sin embargo, la insistencia de Sacoto en esa recuperación lo más amplia posible señala la distancia que existe entre los individuos que escriben novelas considerándolas como un medio válido de comprensión del mundo y la adversidad mediática, crítica o comercial. Esto de la necesidad de la escritura, y que un lector apueste por ella, es lo que me resulta fascinante en la pasión de Sacoto. No se necesita mayor ciencia con las novelas, porque a pesar de las sofisticadas herramientas de la teoría literaria que el género ha desarrollado los últimos doscientos años, nada en comparación con los siglos de estudios de la poesía y el teatro, la novela es el género abierto para los lectores y trasmite una convergencia de verdades con sus personajes. Lo señala Byung-Chul Han en uno de sus ensayos recientes, La crisis de la narración, sobre el que volveré en un próximo artículo, que la narración crea comunidad mientras que el storytelling, nombre de la nueva tendencia para articular una promoción o un discurso, busca un mercado. El interés de Sacoto por la novela ecuatoriana responde a esa noción de comunidad.

Un puente para Paul Auster

Los libros que nos representan

Y dije que fue emblemático que la presentación se hiciera en un local del cuerpo diplomático, porque no faltó el hincapié sobre la difusión internacional y el papel que la novela cumple en el diálogo entre culturas. A pesar del alto nivel de formación de los diplomáticos de carrera, muchos de ellos escritores como quienes lo presentaron, y a pesar de su buena voluntad, es una responsabilidad política del Estado ecuatoriano, que no ha contemplado nunca la difusión cultural de alto nivel de la literatura ecuatoriana de manera sostenida, más allá de actos episódicos. El asunto es hacerlo de manera sostenida y cohesionada. A pesar de esto, la realidad de los últimos años de la novela ecuatoriana es promisoria. Durante los últimos veinte años muchas novelas ecuatorianas han sido publicadas o reeditadas en varios países y traducidas a distintos idiomas. Se sorprenderían si lo rastrean. (O)